Es difícil que alguien razonablemente cuerdo pueda quedar
indiferente ante las imágenes que dan cuenta sobre la
violencia desatada en la Araucanía: quema de fundos, escuelas
e iglesias, ataque a cuarteles policiales, corte de
carretera, agresión a periodistas, amén de las violentas
movilizaciones en Temuco, Santiago y otras ciudades con sus
ya consabidos destrozos… todas operaciones rigurosamente
coordinadas.
¿Qué motivó en esta oportunidad la acción terrorista? Nadie
lo ha podido explicar bien… Lo cierto es que en un confuso
incidente murió un comunero mapuche y ese hecho fue usado
como… la chispa de este nuevo infierno.
Unos, los más incautos, sostienen que fue una acción de las
fuerzas policiales ante un “simple” acto delictual; otros,
los más perspicaces, sostienen que fue un enfrentamiento con
carabineros; incluso -los más osados- sostienen que fue una
“bala loca” de los mismos insurgentes… ¡Nadie sabe, todos
opinan!
Sea cual sea la conclusión a la que lleguen las
investigaciones cabe preguntarse… ¿Es aceptable que en un
estado de derecho, donde las instituciones deberían
funcionar, la respuesta a un hecho tan lamentable sean actos
terroristas y violentistas descontrolados? ¡Por supuesto que
no!
Por lo mismo, la atención hay que ponerla sobre lo que
realmente está sucediendo y sobre quienes están al frente y
detrás de estas acciones. Claramente los protagonistas no son
meros delincuentes: estamos en presencia de actos
planificados, dirigidos y ejecutados por sujetos altamente
adiestrados e ideologizados, ni más ni menos que… verdaderos
terroristas.
Las cosas hay que decirlas por su nombre: este no es un
problema del “pueblo mapuche” en su totalidad, como lo
presentan algunos a través de una visión simplista de la
historia de la Araucanía (por no decir ignorante y
politizada), la que no resiste mayor análisis dado que el
problema lo han reducido -intencional y mañosamente- sólo a
una confrontación de dos mundos opuestos… los mapuches y los
chilenos.
Como respaldo de lo anterior les sugiero a mis incrédulos
lectores que lean a Sergio Villalobos, Premio Nacional de
Historia 1992, quien recomienda… «la necesidad de revisar la
verdad histórica tal como fue para desvirtuar afirmaciones,
mitos y falsedades utilizadas corrientemente para apoyar
posiciones ideológicas… «. (La Araucanía: Historia y
falsedades)
Aumenta la gravedad de lo que está sucediendo en la Araucanía
el ver a personeros de la oposición tratar de sacar mezquinas
ventajas políticas con lo sucedido… como el senador
Huenchumilla quien, con todo desparpajo, manifestó: “¿Por qué
tengo que creerle a Carabineros?”; o cuando la ex candidata
presidencial Beatriz Sánchez, con una irresponsabilidad
infinita, exige que se retiren las fuerzas policiales de la
zona; o cuando Consuelo Contreras, directora del Instituto de
Derechos Humanos (INDH) funcionaria de gobierno, anuncia que
se querellará por torturas, en favor de un detenido en los
incidentes…
Por último, mientras me preguntaba… ¿Hasta dónde vamos a
llegar con esta situación?, y pensaba en lo incoherente de lo
que estaba pidiendo la oposición, me acordé del cuento de don
Otto -que no lo voy a contar por ser archi conocido-, pero en
realidad asocié que lo propuesto por los gurúes de izquierda
era… “vender el sillón”, con lo cual los terroristas
estarían felices porque eso sería un estímulo para aumentar
su acciones violentistas. Bastaría que empujen un poco más y
“se venderá el sillón” (retirarán el Comando Jungla) con lo
cual la región quedará en la absoluta indefensión… Me
pregunté una vez más… ¿hasta dónde vamos a llegar?
Cristián Labbé Galilea: