Apochinchado al ver cómo, a raíz de los 30 años del
plebiscito del 88, se tergiversa la historia; cómo conspicuos
personajes se dan «vuelta la chaqueta», y cómo los más
prefieren «hacerse el leso», llegué a mi tertulia tatareando
“Venecia sin ti” (Que C’est Triste Venise) -como un homenaje
a Aznavour- … /Que profunda emoción… recordar el ayer…/ Mal
que mal, el fallo de La Haya había sido contundente, «no
tenemos nada que negociar, la Corte Internacional ratificó la
intangibilidad de los tratados, Evo Morales tiene que asumir
su derrota…».
Comenté con mis parroquianos que han sido muchas las
reflexiones que destacaron: que era un triunfo del derecho;
que la Corte, previendo los efectos internacionales y,
consciente de la necesidad de validarse como un tribunal
objetivo e imparcial, resolvió fallar en… «estricto
derecho».
Dimes y diretes, pero nadie discutió el fallo… «a nadie le
amarga lo dulce», comentó un parroquiano, pero, como siempre
hay una derivada, uno de los feligreses refutó… «todos hacen
gárgaras con que se hizo justicia, que se falló en derecho,
que era lo mínimo que se podía esperar…» y, sin mediar
intervención alguna, preguntó: ¿y cómo estamos por casa?…
Nadie comprendió a qué se refería.
Emplazado a explicar su aprensión, indicó: «Hoy se hace una
apología sobre la importancia del derecho y de cómo éste
contribuye al entendimiento entre las naciones frente a
cualquier controversia; sin embargo, en casa se contraviene
esa norma básica… a vista y paciencia de todos».
Después de un largo intercambio de opiniones estuvimos de
acuerdo en que debíamos perfeccionar nuestro sistema
judicial, porque no era posible que, jactándonos de ser una
sociedad republicana ejemplar, presentemos inequidades tan
evidentes como las que se viven a diario en nuestro país.
Los ejemplos y los casos fueron variados: «Los delincuentes
hacen “de las suyas”… la puerta giratoria funciona; en la
Araucanía -a pesar de todo lo que se ha hecho- la violencia y
el terrorismo actúan impunemente; vivimos un sistema judicial
garantista, etcétera y etcétera… al mismo tiempo a los
militares se les aplica un sistema judicial que fue
descartado por injusto e inquisidor… eso es absolutamente
contrario al derecho… y a nadie le importa».
Mis contertulios guardaron sepulcral silencio cuando uno de
ellos denunció como impresentable que la sociedad política
hiciera tanto caudal sobre la reivindicación del derecho, a
raíz del fallo de la Haya, mientras en casa evidenciábamos
una conducta tan contraria a lo que se sostenía.
Mirando al futuro quise endilgar la conversación hacia lo que
esperábamos del gobierno, de cómo éste retomaría el tema de
la Araucanía después de los últimos atentados, de cómo se
haría justicia con los militares, de cómo se lograría la paz
social y el reencuentro nacional.
Mi futurista enfoque fue interrumpido por un ilustrado
contertulio… «hoy he visto cómo se han instrumentalizado: el
plebiscito del 88; el caso de Bolivia; la Araucanía, y la
convivencia nacional… Claramente hemos perdido mucho tiempo,
nos hace falta… recuperar el tiempo perdido».
En su referencia recordé a Marcel Proust (1871 – 1922), ese
genio francés -sabio y controvertido- cuya obra «En busca del
tiempo perdido» (À la recherche du temps perdu) nos enseña
que es inútil volver a los lugares donde hemos vivido, porque
ellos no están en el espacio, están en el tiempo y, por lo
tanto, no es posible volver al pasado… sólo es posible mirar
al futuro…
CRISTIAN LABBE GALILEA