Salir de la desazón y del estupor causado estos días por la
destrucción, la violencia y el odio, no es fácil. Más difícil
aún resulta reflexionar con mis contertulios sobre lo
sucedido, fundamentalmente porque todavía no se disipa «la
tormenta» y es muy complicado visualizar lo por venir, pero
en lo principal, porque pienso que en estas circunstancias
hay que ser muy objetivo y cuidadoso a la hora de opinar.
Sin embargo, después de escuchar a políticos, comentaristas,
opinologos y personajes variopintos tratando de explicar e
incluso justificar lo ocurrido, diciendo que se trata de «un
estallido social previsible», o de «una expresión espontánea
de descontento» o patrañas de ese estilo, y luego de
comprobar, una vez más, el sesgo y el morbo de la prensa,
siento el deber de decir -clara y derechamente- que esto ha
sido «una borrachera incontrolable de odio, de tirria, de
rencor y de anarquía».
Además de una borrachera que, como toda ebriedad, va
enajenando de menos a más, me pareció estar viendo una
versión actualizada de los antiguos malones indígenas.
Los malones fueron una táctica empleada en la frontera sur de
nuestro país por los indios durante la Colonia, que consistía
en el ataque sorpresivo de una horda de alterados
«revoltosos» cuyo único objetivo era destruir y saquear todo
lo que pillaran a su paso, no dando tiempo para la defensa,
dejando tras de sí todo devastado… ¿Alguna similitud con lo
visto en estos días?
Ninguna, si todos comprobamos cómo hordas de enajenados, que
parecían poseídos por extraños demonios, destruyeron y
saquearon lo que pillaron, echando por tierra lo que costó
tanto construir y conseguir. En unos pocos días, se han
tirado por la borda al menos cincuenta años de progreso, no
sólo material -público y privado- sino especialmente en lo
referido a desarrollar una sociedad basada en el valor de las
oportunidades y del bienestar, la amistad cívica y la paz.
La borrachera fue total, al punto que no se contentaron con
destruir lo ajeno sino que lo hicieron con sus propios bienes
y los de sus vecinos, además de haber afectado seriamente las
expectativas, oportunidades y aspiraciones de quienes más
necesidad tienen.
Descontrolada la situación, sobrepasada la autoridad, la ley
y el derecho, fue necesario llamar a los soldados -los mismos
que hasta entonces eran vilipendiados, humillados y
mañosamente enjuiciados- para que restablecieran el orden
institucional y, como ha sido siempre la costumbre…. ¡los
soldados estuvieron ahí! con su país, con su historia y con
su tradición de honor.
Ahora viene lo difícil, ahora vienen los dolores de cabeza:
todos tendremos que pagar la cuenta de «la borrachera y el
malón» de unos pocos. Lo grave es que serán los más humildes,
los más necesitados, los que pagarán más caro, serán ellos
los más afectados, serán ellos los que perderán horas de
familia para llegar a sus lugares de trabajo -si es que no lo
pierden-, serán ellos -los que habían emprendido con
sacrificio- quienes tendrán que partir de cero… ¡que caro
salen los malones emborrachados!